martes, 17 de septiembre de 2013

Persecución nocturna



La calle se le antojó a Raquel más oscura que de costumbre y aceleró el paso repicando con sus tacones de aguja sobre el asfalto mojado, la gabardina gris marengo anudada fuertemente a la cintura y el bolso negro descolorido a juego con sus zapatos lo llevaba colgado del hombro a la altura del pecho con sus brazos cruzados sobre el apretándolo como si aflojando el abrazo pudiera caer al suelo en cualquier momento. Con el pelo recogido en una floja coleta que bailaba de derecha a izquierda al compás de las caderas y siguiendo el ritmo de la respiración entrecortada. No en vano caminar a ese paso con semejantes tacones, solo lo puede hacer una mujer como ella.

De vez en cuando desacelera el paso pero sin detenerse, gira la cabeza para cerciorarse de que nada ni nadie la sigue, aunque el repicar de unos zapatos que no son los suyos, martillean sus oídos y la tiene sumida en la desesperación. Es ese ziss zass posiblemente de unas zapatillas de deportes de esas que llevan cámara de aire y sisean al andar cuando son de mala calidad. —Sí, seguro que son de esas—, se dice a sí misma. Desde que salió del club, que las viene escuchando, erizándose el bello a pesar de que todavía no hace mucho frío —está resultando ser un noviembre templado— pensaba. Al llegar a la esquina de Iradier con Bosanova, dudó en seguir recto o girar… aunque daba lo mismo ambas calles se hallaban oscuras, al parecer un corte de luz repentino o que el ayuntamiento estaba ahorrando por la maldita crisis, la cuestión es que siguió por Bosanova porque al menos era una calle con más posibilidad de tránsito. Todo le parecían sombras o ciertamente todo eran sombras… la papelera, la marquesina del autobús, una moto aparcada en la acera y como no, su propio miedo. Al final iba a tener razón Roberto cuando le advirtió que al “Cobra” no se le debe engañar porque es un hombre sin sentimientos y no conoce la palabra “no”, ahora ella también lo sabía… Ese arrastrar de algo grande y pesado era realmente una profecía de la identidad de su perseguidor, no en vano le apodaban “El Cobra”.

Cuando solo quedaban unos metros para llegar al cruce con Muntaner el ziss zass a sus espaldas se hizo más agudo, como más cercano. Raquel no osaba ni tan siquiera girar la cabeza el solo recuerdo de su enemigo le impedía cerciorarse de la identidad del Cobra. Su corazón andaba acelerado y aun así se armó de valor y giro ligeramente la cabeza pero no vio nada. ¡Cosa lógica! por otra parte la farola mas cercana distaba a unos seiscientos metros y ese ruido arrastrado no cesa a cado paso que da se acerca, es como si lo llevara pegado a sus zapatos, entonces bajo la mirada y vió que el sonido provenía de una bolsa de plástico enganchada a su tacón, dio un hondo suspiro y se agacho para desengancharlo en ese preciso instante noto como una enorme anaconda la rodeaba en segundos subió por sus piernas hasta ceñirse como una tuerca, tomando su cuerpo por endeble tornillo cuando llegó hasta su cuello le pareció que le susurraba al oído —Del Cobra no debes huir, pues el siempre encuentra a sus putitas, así que ya estás dándome la comisión de la semana, jajaja— una carcajada sorda y viscosa salió del frío animal que igual de rápido que se había enroscado al cuerpo, desapareció… Raquel consiguió deshacerse de la bolsa pegada a su tacón y sonrió al pensar que su imaginación le había jugado una mala pasada. Porque ni ella era una puta, ni Cobra era su chulo y mucho menos trabajaba en club.

—Trabajar doble turno en el hospital me está pasando factura— Se dijo así misma Raquel lanzando una cansada y sonora carcajada.

domingo, 27 de enero de 2013

El templo de Ares




Sentada en el jardín escuchaba atentamente la historia del templo de Ares, imposible de memorizar porque mi abuelo la cambiaba según el consejo que nos quisiera dar. Aquella tarde donde el olor a madreselva lo envolvía todo, la leyenda se haría más triste que nunca...



Los hombres estaban agotados no en vano llevaban tres meses con sus largos  días y sus oscuras noches de campaña. Ya no recuerdan lo que es una tregua y sus fuerzas yacen a orillas del Néstos igual que sus cuerpos malheridos. Cómo todos los atardeceres se han dejado caer en el mismo campo de batalla para no tener que andar mañana el camino desandado hoy, es una forma de economizar los esfuerzos que les supone ponerse en pie cada día al despuntar el alba. Una vez alzados el movimiento es menos doloroso porque entonces solo se trata de mantener el equilibrio al esquivar o recibir los golpes de la espada enemiga, sus gestos denotan la fatiga en ambos ejércitos y desafortunadamente para ellos las estocadas no tienen la fuerza suficiente como para ser mortales, dejando en cada acierto heridas superfluas pero muy dolorosas.


Todos eran guerreros valientes y vigorosos, cuando iniciaron la guerra bajo la protección de Ares, los habitantes de Tracia muy creyentes todos ellos desafiaron a su enemigo los hijos de Escitia y también seguidores del mismo Dios. Estaba en juego cual de los dos pueblos se convertiría en el nuevo y único  centro de culto del Dios de la guerra. Jamás pensaron que al ser protegidos por el mismo Dios, sus fuerzas serian tan iguales y su resistencia casi inhumana.  


Al caer la noche bajo el manto oscuro comparten el único lecho de arena que los acoge sin discriminar de quien son las piernas y brazos que sirven de apoyo para sus  cabezas desnudas de cascos identificatívos, amparados por ese anonimato que les brinda haberse desnudado de las armaduras comparten miedos y sufrimientos, escuchan los silencios del vecino que yace a su vera y solo cuando ven pasar las sombras de las Keres (Diosas macabras de la muerte) sobrevolando  el campo de batalla haciendo recuento de los muertos, sólo entonces hacen un pequeño movimiento para no ser marcados. Todos se preguntan cuando acabará todo aquello, cuando sus Reyes reconocerán lo inútil de esta guerra pues de persistir en la lucha no quedaran suficientes hombres en ninguno de los dos bandos para levantar ni la pared del altar donde sacrificarían las bestias en nombre de ese Dios que todos veneran.


Esa fue la última noche porque al día siguiente los reyes Tereo y Ateas tomaron la decisión de volver a sus casas y dejar que ambos pueblos venerasen al mismo Dios. —Que cada cual erija el altar que considere y sólo el gran Ares decidirá donde quiera ser venerado— grito Tereo, rey de los Tracios. Ateas rey de los Escitas contestó —Me parece justo aunque debo recordarte que mi pueblo cuenta con las mejores canteras de mármol y minas de oro, nuestro altar se podrá ver desde cualquier montaña del Ródope— Hizo girar su montura y con un gesto de cabeza indico a los suyos que lo siguieran. Todos volvían a casa, salvo los muertos que quedarían allí tendidos bajo el sol como alimento para alimañas.


La entrada de los respectivos ejércitos en sus pueblos para nada fue triunfal. Nadie había ganado... pero al día siguiente todos tenían un nuevo objetivo, la construcción del templo más grande y vistoso para el Dios que los había protegido en la batalla. Con las ilusiones renovadas por ser los mejores súbditos de Ares se pusieron a trabajar.


Cuatro meses después los altares estaban erigidos y los que fueron valientes guerreros rodeados de sus mujeres e hijos, de las viudas y huérfanos, de ancianos famélicos buscaban en su fuero interno un motivo de celebración. Pero el hambre y el cansancio no les permitían disfrutar del acto de la ofrenda. Los sacerdotes y los Reyes encabezaban la fila de los porteadores de cofres cargados de oro y joyas, sacos de cereales, cestas de frutas, corderos y el buey elegido para el acto del sacrificio.  


Pasado muy poco tiempo cuando la normalidad empezaba a formar parte de sus vidas, los campos arados y sembrados, el tráfico en el rio de mercaderías  restaurado y los niños correteaban alegres entre las mujeres. Ambos pueblos fueron invadidos por los valientes guerreros de Esparta que saquearon e incendiaron todo lo que pillaron a su paso, incluidos los edificios destinados al rezo y la contemplación. Esparta quería ser la nueva cuna de culto para Ares y lo consiguieron, todavía hoy quedan los restos del templo que custodió la que fue estatua del dios encadenado, para mostrar que el espíritu de la guerra y la victoria nunca abandonarían la ciudad de Esparta.



Por eso niños, no debéis pelear por un juguete y mucho menos pegaros. Siempre puede venir alguien más fuerte o mayor que vosotros y quitároslo Dijo mi abuelo mientras nos hacia un gesto con la mano para que nos fuéramos a jugar y lo dejáramos echar una cabezadita antes del almuerzo, mientras nos alejábamos nos grito; Y recordar que nada es para siempre

 

miércoles, 16 de enero de 2013

Una mala convivencia




Una broma del destino acude a mi cada mañana, viene a recordarme que las brujas existen, no tengo más que volverme y mirar a la que duerme a mi lado desde hace unos cinco años más o menos. Las primeras veces que se quedó a dormir sin haberlo acordado me decía a mi mismo, esto se acaba en el momento que yo quiera « y ¡Ja!, no ha llovido nada desde entonces».

Su última manía, es que si llegó tarde por la noche se rebota y a modo de castigo se cruza en la cama de forma horizontal consiguiendo que se convierta en una tortura acomodarme a su lado. Y esto solo es por joder… Por la mañana suena el despertador y ella pone de manifiesto que el castigo continua y mis zapatillas preferidas, las de color marrón que me regaló mi madre. No están en el suelo esperando mis pies descalzos ¡Maldita sea! otro día más que el frío terrazo me despeja de golpe. ¡Ya me las ha escondido...! pero ¿Porque no le gustan mis zapatillas? Por la tarde cuando vuelva de trabajar seguro que las encontraré en cualquier rincón de la casa. 

Se ha empeñado en hacerme la vida imposible y lo está consiguiendo, ya no dispongo de mi espacio, ese que necesita todo hombre; el sofá claro esta que hay que compartido, solo se aparta si llegan amigos para ver el fútbol sino ella se tumba y a mi que me den por saco, ahora resulta que le gustan los boquerones en vinagre que toda la vida los ha odiado, es verme preparar el platillo con la cerveza y las patatas que se coloca en primera fila frente al televisor y no le digas que no, que te clava esa mirada desafiante de loca furiosa y no me atrevo ni a rechistar.

Ayer decidí que ya era hora de hacer algo de ejercicio y me he comprado una máquina electrónica de esas que puedes remar, tiene cinco velocidades y tres posiciones de dificultad. La deje programada por la noche y esta mañana a las seis y media ha sonado el despertador, claro que el ruido le ha molestado, ya se ha encargado ella de dejármelo claro con sus bufidos. ¡La muy...! Aprovechando el momento en que he ido al baño, se las ha ingeniado para mover la palanca y cambiar la marcha, una vez sentado y atado en la remera, aquello ha empezado a funcionar a toda leche que creí que me iba a partir en dos, el cronometro marcaba el stop a las siete y media y yo solo podía pensar en cómo detener el maldito trasto.

— ¡Juro!, que el día menos pensado mato a la jodida gata —