La calle se le antojó a Raquel
más oscura que de costumbre y aceleró el paso repicando con sus tacones de
aguja sobre el asfalto mojado, la gabardina gris marengo anudada fuertemente a
la cintura y el bolso negro descolorido a juego con sus zapatos lo llevaba colgado
del hombro a la altura del pecho con sus brazos cruzados sobre el apretándolo
como si aflojando el abrazo pudiera caer al suelo en cualquier momento. Con el
pelo recogido en una floja coleta que bailaba de derecha a izquierda al compás
de las caderas y siguiendo el ritmo de la respiración entrecortada. No en vano
caminar a ese paso con semejantes tacones, solo lo puede hacer una mujer como ella.
De vez en cuando desacelera el
paso pero sin detenerse, gira la cabeza para cerciorarse de que nada ni nadie
la sigue, aunque el repicar de unos zapatos que no son los suyos, martillean
sus oídos y la tiene sumida en la desesperación. Es ese ziss zass posiblemente
de unas zapatillas de deportes de esas que llevan cámara de aire y sisean al
andar cuando son de mala calidad. —Sí,
seguro que son de esas—,
se dice a sí misma. Desde que salió del club, que las viene escuchando,
erizándose el bello a pesar de que todavía no hace mucho frío —está resultando ser un
noviembre templado—
pensaba. Al llegar a la esquina de Iradier con Bosanova, dudó en seguir recto o
girar… aunque daba lo mismo ambas calles se hallaban oscuras, al parecer un
corte de luz repentino o que el ayuntamiento estaba ahorrando por la maldita
crisis, la cuestión es que siguió por Bosanova porque al menos era una calle
con más posibilidad de tránsito. Todo le parecían sombras o ciertamente todo
eran sombras… la papelera, la marquesina del autobús, una moto aparcada en la
acera y como no, su propio miedo. Al final iba a tener razón Roberto cuando le
advirtió que al “Cobra” no se le debe engañar porque es un hombre sin sentimientos
y no conoce la palabra “no”, ahora ella también lo sabía… Ese arrastrar de algo
grande y pesado era realmente una profecía de la identidad de su perseguidor,
no en vano le apodaban “El Cobra”.
Cuando solo quedaban unos metros
para llegar al cruce con Muntaner el ziss zass a sus espaldas se hizo más
agudo, como más cercano. Raquel no osaba ni tan siquiera girar la cabeza el
solo recuerdo de su enemigo le impedía cerciorarse de la identidad del Cobra.
Su corazón andaba acelerado y aun así se armó de valor y giro ligeramente la
cabeza pero no vio nada. ¡Cosa lógica! por otra parte la farola mas cercana
distaba a unos seiscientos metros y ese ruido arrastrado no cesa a cado paso
que da se acerca, es como si lo llevara pegado a sus zapatos, entonces bajo la
mirada y vió que el sonido provenía de una bolsa de plástico enganchada a su
tacón, dio un hondo suspiro y se agacho para desengancharlo en ese preciso
instante noto como una enorme anaconda la rodeaba en segundos subió por sus
piernas hasta ceñirse como una tuerca, tomando su cuerpo por endeble tornillo
cuando llegó hasta su cuello le pareció que le susurraba al oído —Del Cobra no
debes huir, pues el siempre encuentra a sus putitas, así que ya estás dándome
la comisión de la semana, jajaja— una carcajada sorda y viscosa salió del frío
animal que igual de rápido que se había enroscado al cuerpo, desapareció… Raquel
consiguió deshacerse de la bolsa pegada a su tacón y sonrió al pensar que su
imaginación le había jugado una mala pasada. Porque ni ella era una puta, ni Cobra
era su chulo y mucho menos trabajaba en club.
—Trabajar
doble turno en el hospital me está pasando factura— Se dijo así misma Raquel lanzando una cansada y
sonora carcajada.