Una broma del destino acude a mi
cada mañana, viene a recordarme que las brujas existen, no tengo más que
volverme y mirar a la que duerme a mi lado desde hace unos cinco años más o
menos. Las primeras veces que se quedó a dormir sin haberlo acordado me decía a
mi mismo, esto se acaba en el momento que yo quiera « y ¡Ja!, no ha llovido
nada desde entonces».
Su última manía, es que si llegó
tarde por la noche se rebota y a modo de castigo se cruza en la cama de forma
horizontal consiguiendo que se convierta en una tortura acomodarme a su lado. Y
esto solo es por joder… Por la mañana suena el despertador y ella pone de
manifiesto que el castigo continua y mis zapatillas preferidas, las de color
marrón que me regaló mi madre. No están en el suelo esperando mis pies
descalzos ¡Maldita sea! otro día más que el frío terrazo me despeja de golpe.
¡Ya me las ha escondido...! pero ¿Porque no le gustan mis zapatillas? Por la
tarde cuando vuelva de trabajar seguro que las encontraré en cualquier rincón
de la casa.
Se ha empeñado en hacerme la vida
imposible y lo está consiguiendo, ya no dispongo de mi espacio, ese que
necesita todo hombre; el sofá claro esta que hay que compartido, solo se aparta
si llegan amigos para ver el fútbol sino ella se tumba y a mi que me den por
saco, ahora resulta que le gustan los boquerones en vinagre que toda la vida
los ha odiado, es verme preparar el platillo con la cerveza y las patatas que
se coloca en primera fila frente al televisor y no le digas que no, que te clava
esa mirada desafiante de loca furiosa y no me atrevo ni a rechistar.
Ayer decidí que ya era hora de
hacer algo de ejercicio y me he comprado una máquina electrónica de esas que
puedes remar, tiene cinco velocidades y tres posiciones de dificultad. La deje
programada por la noche y esta mañana a las seis y media ha sonado el
despertador, claro que el ruido le ha molestado, ya se ha encargado ella de
dejármelo claro con sus bufidos. ¡La muy...! Aprovechando el momento en que he ido
al baño, se las ha ingeniado para mover la palanca y cambiar la marcha, una vez
sentado y atado en la remera, aquello ha empezado a funcionar a toda leche que
creí que me iba a partir en dos, el cronometro marcaba el stop a las siete y
media y yo solo podía pensar en cómo detener el maldito trasto.
— ¡Juro!, que el día menos
pensado mato a la jodida gata —
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