jueves, 10 de mayo de 2012

Última actuación




Sentada frente al gran espejo pasado de moda suspiró la artista con un alo de nostalgia porque en lugar de ver las realidades que este le lanzaba, solo podía ver aquella  ilusión óptica de la muchacha que la primera vez que se sentó frente a él, apenas tenía 20 años, con la osadía que da la belleza y la juventud, con el espíritu henchido de esperanzas para ser la mejor cantante de variedades.

Contempla la sombra de lo que un día fue sin ver la imagen que le brinda ¡el maldito! Absorta revisa los rasgos de esa desconocida  y vuelve a dibujar en su mente a la muchacha que por primera vez se sentó frente a él,  «Desalmado, no me advertiste… sólo tenía  20 años, mi único vestido era la osadía que da juventud y como herencia una inusitada belleza. Así me viste aquel día… con el espíritu henchido de esperanzas para ser la mejor cantante de variedades»

Retira con algodones empapados en aceites las sombras de sus parpados arrugados por los que han pasado todos los colores que existen para deslumbrar en las mil representaciones, dos funciones por día y siete días por semana. Arrastra con pañuelos de papel la mascara que se unta todas los días antes de salir a escena y cuando llega a los labios una triste sonrisa le aflora, impidiendo el animo limpiar su última nota de artista.

Desata su batín y contempla una flaca figura, sin formas enfundada en un corsé de doradas varillas y desgastadas puntillas negras, esas que un día volvieron locos a los hombres que pagaban propinas con billetes grandes, solo para sentarse próximos al escenario, para verla mover esas largas piernas acabadas en turgentes muslos, no como ahora que no pueden salir a escena sino son embutidas en comprimidas medias para que no se desparramen por el escenario las carnes que hoy se muestran flojas por el paso de los años.

¿Dónde fueron a parar todos aquellos que en su día se hacinaban a la puerta de su camerino? solo por el placer de verla de cerca, pues todos sabían que ella era mujer de un solo hombre, ella sólo tenía ojos para su adorado Adolfo y ¿Dónde estará ahora, Adolfo? seguro que en casa al lado de su mujer, rodeado de hijos y nietos y negándose a si mismo la existencia de un amor clandestino y furtivo.       

Una última mirada al espejo como despedida, antes de cerrar el neceser con las pinturas y abalorios, que un día la hicieron sentarse en lo alto de la cima. Para vivir una vida de fantasía, llena de lujuriosas realidades que ella jamás quiso ver. Al girar el cierre del maletín dejará encerradas junto a sus baratijas, las ilusiones de una joven de 20 años que quiso ser artista, pero que jamás imaginó que un final en solitario la haría abandonar el escenario con los focos todavía encendidos, nadie la preparó para aceptar una madurez en solitario, una vejez lejos de la música de orquesta, de las carreras entre bambalinas, de las flores de los admiradores, de toda la magia que envuelve a quién se sube a un escenario.
— Señorita Tania, quiere que le pida un taxi— dijo Roberto el portero del teatro. Ella se lo quedo mirando y pensando en cuantos años hacía que se conocían y de repente le preguntó—
— Roberto ¿sabes como me llamo?-  
—Como no voy a saberlo, después de tantos años— mirándola extrañado por la pregunta y al ver que ella esperaba la respuesta le dijo; — Tania, se llama Tania—
—Gracias, Roberto— se sentó en el taxi y contemplo las luces de neón y miro por última vez al fiel Roberto, cuando ya estaba a punto de arrancar el taxi, bajó la ventanilla y le grito para que pudiera oírla; — Marta, me llamo Marta—.


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