Mariona, iba de aquí para allá
abriendo y cerrando cajones — ¿Donde narices lo habré metido? — repetía una y
otra vez como si los muebles fueran a contestarle. Ahora le tocaba el turno a
los armarios, abría puertas rebuscaba en los bolsillos de pantalones, vestidos
y abrigos, miró entre las sábanas dobladas y las toallas que siempre estaban
organizadas por tamaños y colores — Nada que no lo encuentro — Ya empezaba a
enfadarse, aunque todavía no había decidido muy bien con quién. Cogió la
escalera para mirar en los altillos; bolsos de verano e invierno los revisó uno a uno, encontró de todo menos lo que
andaba buscando. Después de tres horas de frenética búsqueda se le ocurrió que
el zapatero de la entrada no había sido invadido todavía, así que se dirigió
para allá como alma que lleva el diablo, pero allí tampoco lo encontró.
Lo peor de todo es que tendría
que contárselo a Manuel y este iba a disfrutar de lo lindo porque siempre era
el despistado, el que nunca encontraba nada y ya se encargaba ella de hacérselo
saber cada vez que se perdía alguna cosa… Miró su reloj de pulsera y todavía
quedaban unas cuatro horas antes de que llegara él de trabajar y tuviera que
reconocer su falta, así que se dirigió al mueble donde guardaban las botellas
se sirvió una generosa copa de brandy y se sentó en su butaca preferida, cogió
un cigarrillo de la pitillera y se lo encendió con una gran bocanada de humo,
soltándolo poco a poco intentando hacer los aros que tanto la entretenían y
calmaban.
«Mariona cálmate» se dijo a si misma como si fuera
una orden más que un ánimo de no pasa nada… «debo concentrarme en la última vez
que lo tuve entre mis manos y… ¡joder! si el problema es que no recuerdo cuando
fue la última vez que lo vi».
Transcurrió una hora entre sorbos
de brandy y volutas de humo, cuando de repente… gritó — ¡claro! como no se me había ocurrido, Manuel
no tiene porque saber que yo lo toqué —. «Habitualmente es él pierde-todo y no
dudará cuando lo acuse como otras tantas veces» Nada mas terminar de haberlo
dicho, ya se había arrepentido, no podía hacerle eso a Manuel, no era justo. Así
que decidió aguardar a su regreso para explicarle porque el pergamino autentico
donde Ramses II, declaraba su amor incondicional a la hermana pequeña de la que
fue su mujer Nefertari se había perdido entre las cuatro paredes de su casa.
Esa noticia era un bombazo y no
vería nunca la luz pública por expreso deseo del presidente Hosni Mubarak, hacía casi un
año que le dio orden expresa al director del museo egipcio de Barcelona donde
trabajaba Manuel. — Ese
pergamino debe permanecer oculto y no hay discusión alguna, a cambio prometo
enviarles algunas piezas de interés para su exposición, naturalmente temporal y
mi gobierno sufragará los gastos del transporte y la seguridad — Así que volvió a los sótanos de la calle
Valencia, donde se mezclarían con los miles de manuscritos que allí se conservan.
En cierto modo era lógica la decisión desde el punto de vista del presidente «No
se puede matar a la gallina de los huevos de oro» Alegó que por el bienestar de su país cuyos
ingresos dependían en gran medida del turismo no se podía destruir de un
plumazo la historia más bella de amor de todos los tiempos Ramses II y su amada
Nefertari, que sentido tendría el templo de Abu Simbel si se descubriera.
Por fin las seis de la tarde y
Manuel como cada día entraba por la puerta silbando — Hola cariño — dijo a modo
de saludo, — Veo que hoy no me has esperado para tomarte una copa, claro que no
me extraña… supongo que habrás estado nerviosa todo el día pensando en como me
lo iba a montar para devolver el pergamino sin que me descubrieran, pero
tranquila tu maridito es muy espabilado y lo he vuelto a dejar en el cajón sin
que nadie se haya dado cuenta — Mariona sólo pudo abrir la boca sin gesticular
palabra… — ¡pero cariño! ¿que te pasa? estás blanca… —
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