miércoles, 23 de mayo de 2012

Inocente acusación




Mariona, iba de aquí para allá abriendo y cerrando cajones — ¿Donde narices lo habré metido? — repetía una y otra vez como si los muebles fueran a contestarle. Ahora le tocaba el turno a los armarios, abría puertas rebuscaba en los bolsillos de pantalones, vestidos y abrigos, miró entre las sábanas dobladas y las toallas que siempre estaban organizadas por tamaños y colores — Nada que no lo encuentro — Ya empezaba a enfadarse, aunque todavía no había decidido muy bien con quién. Cogió la escalera para mirar en los altillos; bolsos de verano e invierno los revisó  uno a uno, encontró de todo menos lo que andaba buscando. Después de tres horas de frenética búsqueda se le ocurrió que el zapatero de la entrada no había sido invadido todavía, así que se dirigió para allá como alma que lleva el diablo, pero allí tampoco lo encontró.

Lo peor de todo es que tendría que contárselo a Manuel y este iba a disfrutar de lo lindo porque siempre era el despistado, el que nunca encontraba nada y ya se encargaba ella de hacérselo saber cada vez que se perdía alguna cosa… Miró su reloj de pulsera y todavía quedaban unas cuatro horas antes de que llegara él de trabajar y tuviera que reconocer su falta, así que se dirigió al mueble donde guardaban las botellas se sirvió una generosa copa de brandy y se sentó en su butaca preferida, cogió un cigarrillo de la pitillera y se lo encendió con una gran bocanada de humo, soltándolo poco a poco intentando hacer los aros que tanto la entretenían y calmaban.

«Mariona cálmate» se dijo a si misma como si fuera una orden más que un ánimo de no pasa nada… «debo concentrarme en la última vez que lo tuve entre mis manos y… ¡joder! si el problema es que no recuerdo cuando fue la última vez que lo vi».

Transcurrió una hora entre sorbos de brandy y volutas de humo, cuando de repente… gritó  — ¡claro! como no se me había ocurrido, Manuel no tiene porque saber que yo lo toqué —. «Habitualmente es él pierde-todo y no dudará cuando lo acuse como otras tantas veces» Nada mas terminar de haberlo dicho, ya se había arrepentido, no podía hacerle eso a Manuel, no era justo. Así que decidió aguardar a su regreso para explicarle porque el pergamino autentico donde Ramses II, declaraba su amor incondicional a la hermana pequeña de la que fue su mujer Nefertari se había perdido entre las cuatro paredes de su casa.

Esa noticia era un bombazo y no vería nunca la luz pública por expreso deseo del presidente Hosni Mubarak, hacía casi un año que le dio orden expresa al director del museo egipcio de Barcelona donde trabajaba Manuel. — Ese pergamino debe permanecer oculto y no hay discusión alguna, a cambio prometo enviarles algunas piezas de interés para su exposición, naturalmente temporal y mi gobierno sufragará los gastos del transporte y la seguridad —  Así que volvió a los sótanos de la calle Valencia, donde se mezclarían con los miles de manuscritos que allí se conservan. En cierto modo era lógica la decisión desde el punto de vista del presidente «No se puede matar a la gallina de los huevos de oro»  Alegó que por el bienestar de su país cuyos ingresos dependían en gran medida del turismo no se podía destruir de un plumazo la historia más bella de amor de todos los tiempos Ramses II y su amada Nefertari, que sentido tendría el templo de Abu Simbel si se descubriera.  

Por fin las seis de la tarde y Manuel como cada día entraba por la puerta silbando — Hola cariño — dijo a modo de saludo, — Veo que hoy no me has esperado para tomarte una copa, claro que no me extraña… supongo que habrás estado nerviosa todo el día pensando en como me lo iba a montar para devolver el pergamino sin que me descubrieran, pero tranquila tu maridito es muy espabilado y lo he vuelto a dejar en el cajón sin que nadie se haya dado cuenta — Mariona sólo pudo abrir la boca sin gesticular palabra… — ¡pero cariño! ¿que te pasa? estás blanca… —


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