Es noche avanzada y otra vez no
puedo dormir, me levanto y me dirijo hacia la cocina arrastrando los pies por
el frío suelo, ¡maldita sea! no se donde dejo nunca las zapatillas» abro la
puerta del frigorífico y cojo el zumo de naranja que bebo directamente del
tetrabrik, creo que como me lo prohibieron tantas veces cuando era joven, que
ya no recuerdo cuando fue la última vez que usé un vaso para disfrutar de un
buen trago de zumo. Me dirijo hacia la biblioteca, no necesito encender la luz
porque la luna se ha colado en la estancia a través de los cristales, que
desnudos de ropajes se muestran vulnerables al polvo acumulado de tantos días
sin haber visto el trapo ni el limpia cristales. Asomada a la ventana, contemplo el espacio
abierto de un jardín descuidado, allá fuera todo está lleno de silencios que
perturban la paz de mi alma.
De pronto oigo un ruido que no
identifico y allí frente a frente los descubro, se miran desafiantes, después
de catorce largos meses y ahora, sólo
apenas a unos centímetros de distancia, midiendo sus fuerzas… ella
dudando de poder volver a… el recordando su complicidad en el pasado… y
deseando que la magia vuelva a fluir entre ambos. Sienten el silencio que les
envuelve, «creo que he dejado de respirar, para ocultarme y no imponerles mi
presencia, deseo que entre ellos se entiendan, siempre formaron una magnifica
pareja».
Empiezan los reproches, ella le
echa en cara a él; su pasividad, su mudo hermetismo y todos los silencios del
pasado — nunca aportabas nada —, escupe esas palabras con rabia. El se inclina
ante la evidencia y reconoce sus carencias. Es entonces cuando la desarma y
ella misma baja la guardia, desciende de su nube de delirios, porque ella sabe
perfectamente que él, por si solo no puede… que la necesita y que sin ella su
vida carece de sentido… Ella abandona el espacio que los separa y se une en un
beso que durará toda la noche…
¡Por fin! se reencontraron el
papel y la pluma.
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