Cerca del faro de San Ciprián cuentan
que se han divisado unas mujeres que corrían semidesnudas por la playa de
poniente y que se dirigían derechas al mar, sus pies apenas rozaban la arena y
en sus cabezas lucían unas lindas coronas hechas con ramas de coral, sus voces
regalaban dulces melodías, imposible de reproducir por ningún ser humano.
Martín, un viejo marinero juro que flotaban, pero nadie le creyó la verdad es
que sus ojillos achispados por el vino peleón de la taberna de Narciso no
ayudaban a creer en sus palabras.
Al viejo Martín, hijo dejaron de
creerlo el día que contó como una de sus redes engancho una bella mujer, a la
que ayudó a liberarla, eso y su edad avanzada hicieron que los patrones no
quisieran contratarlo. En un pueblo pequeño en el que todos se conocían y
trataban de ayudarse, no podían permitir que en casa de un marinero se pasaran
penurias, Así es como uno de los patrones decidió darle trabajo a su hijo, que al
igual que su abuelo y su padre también atendía al nombre de Martín, aunque este
era muy joven para salir a la mar, pero siempre decían necesitar un
grumete… fue una forma de compensar el
salario que dejaría de entrar en aquella casa.
Todavía cien años después se
comenta esa noche de verano en la que el mar en calma, esperaba a las 50
mujeres que corrieron por la playa y una a una fueron entrando en sus aguas
oscuras hasta desaparecer.
— Martín sabes perfectamente que
eso es una historia que nos cuentan desde niños pero es del todo inverosímil
que 50 mujeres semidesnudas salieran de detrás de las rocas y corrieran casi en
cueros, para adentrarse y perderse en el mar — dijo María.
— Mira, te voy a decir una cosa —
dijo Martín, — si mi abuelo siempre contó que él recogió a una de ellas en sus
redes y su padre, mi bisabuelo también las vió aquella noche de verano, es
porque pasó—
Sentados en la arena, Martín
empujo a Maria suavemente sobre la arena y selló con un beso sus labios para no
seguir hablando de aquella historia que contaban los ancianos del lugar,
historia que él creía a pies juntillas porque aunque no lo había contado a
nadie, hacía dos años que una noche sentado junto a las rocas del viejo faro,
vió salir de detrás de las rocas a las 50 Nereidas corriendo o flotando por la
arena en dirección al mar, se adentraron y sumergieron y la última antes de
desparecer con la última ola, se giró y mirándolo a la cara le grito:
Mi nombre es Thetis, pertenezco
al sequito de Poseidón y te aseguro que todos tus antepasados marineros nos
vieron una vez en su vida y así será con las futuras generaciones de tu
estirpe, porque las Nereidas cuidamos de los hombres de la mar, sobre todo de
los hijos de aquel que un día salvó a Anfritite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario